Excepto en municipios muy pequeños en los que a duras penas se consiguen presentar dos candidaturas confrontadas a las elecciones municipales, lo más frecuente es que la concurrencia en todos los procesos electorales sea múltiple y, por consiguiente, el resultado variopinto.
Terminado el recuento todo son cábalas para saber quién gobernará y con qué apoyo. Y a lo largo de las legislaturas y los mandatos, no son pocas las veces en que “quien gobierna” tiene que cambiar de montura para seguir subido en el mismo caballo.
En definitiva: negociar el “poder” , su obtención o el diario mantenimiento, es hoy en día una necesidad generalizada. Y también para quien está en la oposición, pues su primer objetivo ha de ser, además de controlar al Gobierno de turno, intentar sacar adelante alguna de sus propuestas. ¿Cómo?: negociando.
Método Harvard de Negociación
El Método Harvard de Negociación, desarrollado por el Programa de Negociación de la Universidad de Harvard, es de todos los métodos posibles el que sin duda alguna mejor se acomoda al ecosistema político.
El Método Harvard se centra en la resolución de conflictos de manera autocompositiva o colaborativa y es por tanto el más efectivo ya que son las partes las que controlan todo el proceso.
Este Método se sustenta en cuatro principios fundamentales:
a) separar a las personas del problema,
b) centrarse en los intereses y no en las posiciones,
c) generar opciones para el beneficio mutuo: win-win
d) y utilizar criterios objetivos para tomar decisiones.
El mundo de la política está “colonizado” por emociones muy intensas y por posiciones intelectuales en ocasiones muy confrontadas. Por ello, es sustancial abordar los conflictos, o las relaciones en general, de forma constructiva ya que lo que está en juego no es el interés de unos u otros, sino el interés general de la sociedad sobre la que se gobierna. Ya sea un municipio, una región o una nación.
El Método Harvard, comienza por dotar a sus usuarios de herramientas para separar a las personas del problema, lo que permite que los actores políticos se concentren en los temas de divergencia y confrontación, en lugar de en las emociones o las personalidades de los protagonistas, lo que facilita un diálogo más productivo.
Centrarse en los “intereses” en lugar de las “posiciones” permite que los negociadores identifiquen las necesidades subyacentes de cada parte. Por ejemplo, en lugar de simplemente defender una postura rígida sobre un tema, se debe explorar qué es lo que realmente se quiere lograr, abriendo así la puerta a soluciones creativas y compromisos.
Es innegable que nadie se sienta a negociar y se mantiene sentado hasta el final si no está convencido de que va a obtener un beneficio. La generación de opciones para el beneficio mutuo es crucial en la política. Al buscar soluciones que beneficien a todas las partes involucradas, se pueden construir alianzas y fomentar la cooperación. Es decir, en todo caso y en ocasiones con independencia del resultado, la relación se fortalece lo que genera ya de entraba un beneficio importante para las partes y lo que representan.
Por último, no se puede abandonar una importante “regla del juego” que recorre de forma transversal todo el proceso negociador: el uso de criterios objetivos para evaluar las propuestas. Esta es la batuta que ayuda a mantener la imparcialidad y la justicia en el proceso de negociación, asegurando que el resultado final va a ser equitativo.
En definitiva, el Método Harvard de Negociación ofrece herramientas valiosas para los políticos, aportando un enfoque colaborativo y efectivo en la resolución de los conflictos y la toma de decisiones. Su aplicación contribuye a generar un clima político más constructivo y su utilización consciente por las partes, es la mejor garantía para alcanzar consensos duraderos.